2009/04/13

Almendra

Cierra los ojos, ¿Sientes el dolor del mundo?

¿Puedes sentir mi piel?

Mi cuerpo, su hedor y el insulto.

El crimen que penetra en tu horizonte,

heridos ojos de mujer infame.

Soy el vestigio,

soy la miseria,

soy el estrato social que se pronuncia,

en negreros lugares.

¿Eres capaz de recordar?

Que en tu destino la trágica muerte espera,

hilando cada gemido tuyo, lejos, en las estrellas.

Si tu amor es la moneda, yo soy el dinero,

y como el juglar que soy,

riendo entre dientes,

susurrando finas alegrías en tus oídos,

y algún que otro cumplido,

me llevare, junto con tu sexo, tu corazón,

y tu arete que se agita silencioso.

Tres movimientos

Fragor de lagartos alados,

en el resplandecer del medioevo,

cuando tu rey llorando reciba,

el hachazo mortal que su cabeza,

rodando al suelo despida.


Turbia alegría de peces ingratos,

en el refusilo del futuro,

cuando la maquinaria insulsa impida,

la procreación de tu ingenua especie,

alegrando al sol con su corta vida.


Gritos de rencorosos lobeznos,

en el atardecer de tu presente,

cuando el criminal pensamiento divida,

los corazones de oriente – occidente,

forjando endeble la ruina, del héroe que jamás fuiste.

La furiosa escala

Un ojo se escapa del cráneo,

es la vislumbre que quiere oír más allá del tiempo,

su pupila se oxida entre relojes de parpados ciegos,

y la amenaza se reduce a ser un enigma.

El enigma que produce la magia en el mundo.

Frente a este terreno, esta su serenidad

la chispa que lívida, reluce entre labios opacos,

de gentes que no saben mas memorias,

de todo caliciforme espectro de colores,

y almas como las nuestras.

Y nosotros, ¿Qué sabemos?

¿acaso nuestra ignorancia no resuena en el silencio?

Del cosmos, solo se puede esperar otro cosmos,

al que nuestras orbitas vacías habrán de ver como la tierra.

Entre la métrica disconforme con los oídos,

que han huido colina abajo,

malheridos por las aberraciones que pueden producir,

palabras en los labios equivocados,

en el manchado de sangre marfil de un lunático,

sin rima, sin ton ni son,

como su alma,

sin fe,

sin nada

Asesinato

Tus ojos de fieltro negro, están distantes

mientras danzas en la sacristía de los honores,

y te alojas,

lentamente… en mi pecho.

Tu semblante diestro se haya confuso,

y en la profusa rima se queman los ojos,

como el rayo que divide el cielo,

en ayeres, madrugadas y presentes.

Es la tormenta,

que discreta ríe en tiempo largo,

y su sonrisa,

cual danzarina frágil se oscurece,

nos obliga a unir los lazos del demente.

Allí está su mancha de sangre,

en las paredes,

en los atardeceres,

en la desidia

que te remontó como una brisa pasajera por los aires,

y te alejo solemnemente de mi lado para siempre.

Y hoy,

solo espero,

aquí, en la jaula del demente.

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