Tus ojos de fieltro negro, están distantes
mientras danzas en la sacristía de los honores,
y te alojas,
lentamente… en mi pecho.
Tu semblante diestro se haya confuso,
y en la profusa rima se queman los ojos,
como el rayo que divide el cielo,
en ayeres, madrugadas y presentes.
Es la tormenta,
que discreta ríe en tiempo largo,
y su sonrisa,
cual danzarina frágil se oscurece,
nos obliga a unir los lazos del demente.
Allí está su mancha de sangre,
en las paredes,
en los atardeceres,
en la desidia
que te remontó como una brisa pasajera por los aires,
y te alejo solemnemente de mi lado para siempre.
Y hoy,
solo espero,
aquí, en la jaula del demente.
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